Ese maldito espacio en blanco
Me levanto pensando si hoy será el día en que no encuentre ese espacio en blanco, pero no ahí está de nuevo. Blanco, limpio, impoluto, inmaculado...
¡NADA! No hay nada allí. Entonces me pregunto «¿cuándo vendrá?» Es agotador esperar tanto, aunque a veces mi paciencia me sorprende, puedo llegar a tener más de lo que creo.
Llega la noche, por las dudas busco la pregunta y la hago ¿tendré suerte esta vez?, no. Mi alterego, que se cree mejor que yo, ilusamente reversiona la pregunta… ¡idiota!
Me siento con mi amiga Margaret y también invito a John, a Jorge y algunas veces viene Julio, debo confesar que en muchas ocasiones me da vergüenza invitarlos, todos tan virtuosos y modestos. Entonces me siento muy pequeña, me ofusco, me sonrojo y sólo emito palabras de admiración. Me voy. Huyo.
Todos los días es la misma rutina, la misma pregunta, la misma espera. La angustia de vez en cuando, hace su entrada triunfal, sin embargo, no le dura mucho eso de «triunfal»… menos mal, me gustaría que hable cualquiera menos esa, no tengo ganas de salir a comprar chocolates ni pañuelos (mi cuerpo de +30 no lo sorportaría).
Cuando ya no me interesa preguntar y no tengo nada a mano para guardarla… el espacio en blanco comienza a llenarse, desesperada intento utilizar mis sentidos para luego poder recordar, pero en cuanto encuentro lápiz y papel… es tarde… entonces me digo a mí misma, casi como una especie de consuelo, «No importa Dai, ya vendrán más oportunidades» y vuelvo a la misma rutina, a la misma espera, a esa agonía que parece no tener fin.
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